Las emociones en los procesos restaurativos I. Emociones autoconscientes y emociones morales.

En mi experiencia no es posible entender el paradigma restaurativo sin reflexionar sobre qué significa «ser» humano. Por eso me gusta comenzar, siempre que puedo, revisando nuestra concepción de la naturaleza humana, entendiéndonos, en tanto humanos, como seres autoconscientes e ineludiblemente sociales, colaborativos y vulnerables, a partir de un sentido profundo de interdependencia.

Así, hablar de prácticas restaurativas es hablar de conexión humana y generación de comunidades sanas; hablar de justicia restaurativa y reparación del daño, es hablar de cuidado, de libertad, de cómo sanar las heridas que nuestra convivencia, nuestro vivir en común, -tan indispensable para nuestra supervivencia-, de forma también inevitable, nos genera.

Es en nuestras relaciones que vivimos, crecemos, disfrutamos, alivio, consuelo, cuidado. Recibimos apoyo y nos reconfortamos, haciendo nuestra vida, no solo más amable, sino, sencillamente, posible. Pero también es en nuestras relaciones que emergen las diferencias y conflictos y que, inevitablemente, nos dañamos. Las más de las veces sin desearlo. Y a mayor intimidad en el vínculo, mayor la profundidad de las heridas que nos infligimos. 

Sin capacidad de elección, vivimos en vínculos: queramos o no, continuamente afectamos y somos afectados. Pero aunque no podamos elegir si impactamos o no, sí hay algo que podemos elegir en el ejercicio de nuestra libertad humana: qué impacto queremos tener ante los impactos de los demás y cuál sea nuestra respuesta cuando somos impactados por otros.  En suma, apropiarnos de nuestra libertad y tomar responsabilidad de nuestros actos, pasa por que reflexionemos sobre estos puntos:

  • Cómo cuidar a los demás: cómo queremos que nuestras acciones y omisiones impacten positivamente en el mundo y en nuestras relaciones, sin dañarlas.
  • Cómo cuidarnos a nosotras, nosotros mismos: Como hacer que los impactos que recibimos nos nutran, en lugar de dañarnos.
  • Qué hacer cuando nos dañamos.

En mi sentir, de todo ello va el paradigma restaurativo, en su vertiente proactiva, preventiva y, por supuesto, reactiva.

 Si nos centramos en esta última, en la respuesta al daño, es claro que la hondura y complejidad de las heridas y el sufrimiento que emergen con frecuencia en los procesos restaurativos, requieren que, como facilitadores, estemos muy entrenados, de manera especial en inteligencia emocional. De ello nos ocuparemos en otro post.

 Lógicamente en el despliegue de cualquier proceso que aborde la producción de un daño sufrido por cualquier ser humano por causa de otro, emergen, con una conmovedora intensidad, toda suerte de emociones, cobrando especial relevancia las denominadas “autoconscientes” y, en particular las, también así denominadas, emociones “morales”.

Los seres humanos,  estamos dotados de autoconsciencia, tan vinculada a la capacidad reflexiva que nos otorga nuestro lenguaje humano. Por ello hacemos la distinción de emociones “autoconscientes” cuando subyace algún tipo de evaluación relativa al propio yo: una valoración positiva o negativa en relación con una serie de criterios acerca de lo que constituye una actuación adecuada. Son emociones autoconscientes la vergüenza, la culpa y el orgullo.

De otro lado, hablamos de “emociones morales”, cuando en ellas intervienen aspectos interpersonales. Junto con la empatía, estas emociones juegan un papel fundamental como elementos motivadores y controladores de la conducta moral y, justo por ello, tienen un papel protagónico en las prácticas restaurativas desde el enfoque reactivo.

Me referiré más detenidamente a la culpa y a la vergüenza en sucesivos post.

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Inmaculada Gabaldón Gabaldón

Abogada. Mediadora. Formadora. Coord. parentalidad

Instructora y facilitadora de Prácticas Restaurativas.

Coach Ontológica Senior. Coach Generativa. Coach Transpersonal.

Trainer y Coach PNL. Experta en Mindfulness. Prof. Danza Primal.

Directora académica de Escuela CONFLUERE

Directora de Espacio confluère

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