Como vimos en el anterior post Las emociones en los procesos restaurativos I, cuando hablamos de emociones autoconscientes, en general, nos estamos refiriendo a la culpa, la vergüenza y el orgullo, pues todas ellas tienen un claro denominador común: implican una evaluación de la persona sobre sus propios actos. En todas ellas subyace algún tipo de juicio relativo al propio yo: una valoración positiva o negativa en relación con una serie de criterios acerca de lo que constituye una actuación adecuada.
Esta autoevaluación que el sujeto hace en su fuero interno, no tiene por qué ser explícita, ni consciente, es más, en muchos casos actúan de forma inconsciente, siendo así su presencia mucho más difícil de detectar, en este caso, incluso por el propio individuo que la experimente, y, a su vez, mucho más dañina, como veremos. Teniendo esto en cuenta, quizás fuera más apropiado denominarlas “emociones auto evaluativas” y no tanto, autoconscientes.
Desde la perspectiva de su lectura exterior, destaco también la dificultad que ofrecen a la observación directa de su emergencia, en contraste con las emociones básicas, ira, alegría, tristeza o asco que son más fácilmente identificables. Sin embargo esta discreción en su manifestación externa no es proporcional al poderoso influjo que ejercen en el fuero interno de la persona que las experimenta, sobre todo la culpa y la vergüenza, por lo que, siendo tan determinantes en el desarrollo de los procesos restaurativos es crucial que los facilitadores nos entrenemos concienzudamente en su detección.
Desde esta convicción, hace largos años que voy siguiendo el rastro de estas poderosas emociones, profundizando en el estudio de su enorme influjo en la conducta humana y por ello este post es un extracto de del capítulo de mi autoría: Un aprendizaje transformacional: el camino de la resistencia a la aceptación, de la culpa a la legitimidad, para el libro INCURSIONES ONTOLÓGICAS IV publicado por la editorial Rafael Echeverría, cuya portada incluyo en el post.
La mayor parte de los autores considera a estas emociones “derivadas” pues parecen surgir como resultado de diversas transformaciones de otras más básicas.
Estas emociones requieren el desarrollo previo de ciertas habilidades cognitivas. Se ha de dar una cierta noción del yo como separado de los demás, de una cierta autoconciencia, así como la capacidad de valorar las propias acciones en relación con unos estándares y normas.
De otro lado, son emociones sociales, en el sentido de que suponen siempre un contexto interpersonal. Y además, son fruto de la interiorización de los valores y normas de la cultura y sus criterios acerca de lo que es correcto e incorrecto en la forma de comportarse, jugando así, un papel fundamental como elementos motivadores y controladores de la conducta moral a través de un juicio sobre sí mismo y sobre la propia conducta. Por ello, son también designadas como “emociones morales”, pues tienen importantes aspectos interpersonales y sus implicaciones en el terreno moral son obvias. Junto con la empatía, estas emociones juegan un papel fundamental como elementos motivadores y controladores de la conducta moral.
Según Daniel Goleman la conciencia de uno mismo es la facultad sobre la que se erige la empatía, puesto que, cuanto más abiertos nos hallemos a nuestras propias emociones mayor será nuestra destreza en la comprensión de los sentimientos de los demás.
Estas dos emociones, la vergüenza y la culpa, se encuentran realmente muy próximas. La distinción, pues, no es tan sencilla. Existen tres posiciones fundamentales respecto a sus diferencias:
- La vergüenza es una emoción más pública, una emoción que surge de la desaprobación de los demás y requiere de la presencia (real o imaginada) de los otros, mientras que la culpa es una emoción más privada, que surge de la propia desaprobación y no requiere de observadores externos.
- Piers y Singer sostienen que la culpa aparece cuando se transgreden ciertas normas o reglas, y la vergüenza, cuando no se alcanzan ciertos estándares o metas. En términos psicoanalíticos, mientras que la culpa es el resultado de un conflicto entre el yo y el superyó o conciencia moral, la vergüenza surge de un conflicto entre el yo y el yo ideal.
- Lo que las diferencia no es tanto el tipo de evento antecedente, como el modo en que la persona interpreta sus transgresiones o fallos. Helen Block Lewis sostiene que mientras que en la experiencia de la vergüenza el foco de atención de la persona es el self ( Yo hice esa cosa horrible), en la culpa lo es la conducta (Yo hice esa cosa horrible). Esta diferencia, aparentemente sutil, hace que la experiencia fenomenológica de una y otra emoción, así como sus implicaciones en el terreno social y personal, sean muy diferentes.
Ésta última se ha convertido hoy en día en el punto de vista dominante. Sin embargo, se apunta a que, si bien las transgresiones morales tienden a provocar la culpa o vergüenza más o menos por igual, los fallos no morales tienden más bien a provocar vergüenza.
Bajo el termino vergüenza se engloban experiencias emocionales provocadas por tres tipos de situaciones: 1) sentido de exposición al juicio de otros, y se ha cometido una falta mínima, 2) sentido de exposición y se ha cometido una falta más seria pero no moral, y 3) situaciones en las que hay un sentido de exposición y se ha cometido una falta también seria y de carácter moral (“vergüenza moral”)
Bajo el término culpa se engloban experiencias emocionales provocadas por dos tipos de situaciones: 1) la persona comete una falta que supone un daño para una tercera persona (“culpa interpersonal”) y 2) situaciones en que la persona contraviene su propio sentido de lo que “debe” ser (“culpa intrapersonal”)
En nuestra cultura, la culpa, depende más que del juicio negativo de los demás, del juicio negativo del propio sujeto sobre su acción, una acción que el sujeto percibe como controlable. Además la culpa favorece la puesta en marcha de algún tipo de acción para solucionar la situación (expiación, castigo).
Los sentimientos de culpa provocan deseos de confesar, pedir perdón, reparar el daño hecho y actuar de otro modo en el futuro. La culpa constituye una emoción con un gran valor moral y son más positivos en el ámbito interpersonal, pues la culpa tiende a asociarse con la empatía. Las personas tendentes a sentir culpa suelen ser personas bastante empáticas, mientras que las tendentes a la vergüenza, ante el sufrimiento ajeno, en cambio, tienden a experimentar malestar personal ( Marschall, Rosenberg)
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
El texto del post e un extracto del capítulo de autoría de Inmaculada Gabaldón: Un aprendizaje transformacional: el camino de la resistencia a la aceptación, de la culpa a la legitimidad, publicado en el libro INCURSIONES ONTOLÓGICAS IV Ed. Rafael Echeverría.
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Inmaculada Gabaldón Gabaldón
Abogada. Mediadora. Formadora. Coord. parentalidad
Instructora y facilitadora de Prácticas Restaurativas.
Coach Ontológica Senior. Coach Generativa. Coach Transpersonal.
Trainer y Coach PNL. Experta en Mindfulness. Prof. Danza Primal.
Directora académica de Escuela CONFLUERE
Directora de Espacio confluère